Soy un grano de área, pequeño, duro, irregular, brillante e insignificante. No soy un grano pétreo de la familia marmolea que representan dioses o mitos clásicos importantes.
Tan solo soy un minúsculo grano de silicio en la inmensidad del desierto del Teneré.
Mi gran fortaleza, solo reside en formar parte de un mar infinito de granos de arena como yo, minúsculos, duros e irregulares.
Nuestra fuerza como grupo es imperceptible, pero juntos, somos capaces de llevar a la desesperación de la soledad o al buen destino, a cualquier hombre que ose cruzar este desierto.
Por mi edad y el tiempo que he estado aquí, he visto pasar frente a mí, a conquistadores, comerciantes, ascetas, sabios y ejércitos embravecidos. No supe más de ellos que su paso silencioso y cadente camino a su quimera.
En todos ellos solo encontré un anhelo común, llegar a su destino. Para este fin, todos usaron un árbol, el mismo al que ayudo a mantenerse erguido, firme y sobrio en mitad de la nada.
Este árbol se encuentra a cientos de kilómetros de cualquier punto habitado, en la mitad del desierto. Es un árbol venerado y venerable, con unas raíces tan profundas que son capaces de encontrar agua en las profundidades y esas mismas raíces son extremadamente fuertes para resistir los envites de las tormentas de arena y de los vientos de la noche.
Es un árbol silencioso y reflexivo, que medita sobre su existencia y razón de ser cada minuto del día, que a su vez reconoce y comprende su fin último como árbol guía.
Es un árbol faro en mitad del silencio, es un faro al que todos miran si quieren atravesar exitosamente esta llanura árida y extenuante. Es una referencia que todos conocen y deben usar sabiamente si quieren ir de Agadez a Bilma, de Zenit a Nadir.
De alguna forma, en su venerable existencia, el árbol del Teneré vuelve a su primera etapa de silencio, en la que lo importante no es lo que dice si no lo que representa.
La vida, la ayuda, el servicio. Rehuye del enfrentamiento replegando sus hojas al menor toque y haciendo que sus tallos más jóvenes languidezcan para parecer mustias.
En esto posiblemente, reside su fortaleza. Al parecer débil y mustio, los depredadores no se sienten atraídos por una planta debilitada y pasan de largo buscando algo más jugoso para echarse a la boca.
Algo mágico que la especie de este árbol es capaz de realizar es la comunicación entre sus congéneres. Cuando un individuo de la especie del árbol del Teneré percibe un peligro, es capaz de comunicarse de una forma efectiva con sus semejantes desprendiendo una suerte de efluvios químicos que avisa a sus compañeros cercanos de algún peligro que acecha.
Así todos se repliegan y se ponen a cubierto segregando sustancias que los hacen poco apetecibles para el consumo de los rumiantes profanos.
Este árbol es lo último que verás antes de adentrarte en la ruta que iniciamos en Septiembre y lo primero que veras cuando acabe la aventura de cruzar el desierto.
En su soledad, es un árbol libre que no precisa de retoques estéticos de ningún jardinero pero un árbol abierto que acoge al que lo necesita bajo su sombra independientemente de su forma de pensar o criterio, promulgando la idea de igualdad entre los que necesitan descanso.
Sus fibras machacadas son altamente beneficiosas y tonificantes proporcionando salud a aquellos que la beben. Por sus características mecánicas, la madera de este árbol, se usaba para construir embarcaciones que destacaban por su fuerza. Esta fuerza viene por la unión de los capilares de sus fibras y de la forma en la que están enlazadas.
Soy un compañero masón insignificante, pequeño, fuerte e irregular. No un masón que lucen colores en sus mandiles o portan innumerables medallas y abalorios clásicos. Solo soy un individuo pensante en el desierto de la vida diaria.
Un individuo, que de alguna forma, sostiene erguido un árbol venerable, con la ayuda de otros granitos que forman la masonería.
Y que ve en el la sabiduría del silencio, la reflexión dialogante de unas ramas que se repliegan, la comunicación entre los mismos de su especie, la capacidad de representar la salud la fuerza y la unión del barco que construimos, un faro en mitad del mar que alumbre nuestra singladura sin deslumbrar o desorientar a los navegantes iniciados.
Una sombra plácida bajo la que la fraternidad de un grupo humano se reúne libremente para tratarse de igual a igual y descubrir nuevos caminos.
Esto es lo que hace que un conquistador con su ejército errante sobrepase las almenas, lo que hace que un grupo de mercaderes asombre a otros pueblos con el sabor de sus especias y la delicadeza de sus sedas, lo que hace que un náufrago a la deriva encuentre su árbol del Teneré que lo guíe de vuelta a casa, una rama de acacia que haga brillar nuestros corazones.