Quizás los humanos somos una especie que se encuentra cómoda en la diferenciación. Diferenciaciones que pueden tener diferentes razones, diferenciaciones por sexo, religión, estatus social, nivel de estudios, país de origen, color de la piel tendencia política entre otros muchos.
¿Cuál puede ser el motivo? ¿Cuál puede ser el origen de esta tendencia a sentirnos cómodos creando compartimentos separados? Yo personalmente, tengo la tendencia a retrotraerme, quizás equivocadamente, a los orígenes del hombre.
Esta tendencia mía al enfoque antropológico puede ser provocada por mi necesidad de simplificar los problemas en otros más pequeños o al convencimiento de que aún, parte de nuestros actos, son regidos por la primitiva pero aun existente parte reptiliana de nuestro cerebro como nos ilustra Daniel Goleman en su libro “Inteligencia emocional”.
Esa tendencia a diferenciar, en este caso a humanos entre humanos, quizás tendría su parte utilitaria en el entorno de la tribu o del clan. Aquellos que no vestían como nosotros, aquellos que no actuaban como nosotros, aquellos que portaban otros colores y símbolos de piedra o hueso, podría ser fácilmente reconocidos como un peligro para la cohesión o supervivencia del clan. Un grupo humano reducido que se regía por una proto ética utilitarista.
Un miedo ancestral a lo desconocido y a lo diferente que aún nos acompaña. Hoy me encontré con una pequeña joya. Un vídeo en super 8 de finales de los años 50 del siglo pasado.
En este vídeo una profesora de escuela reconocida activista que luchaba contra los prejuicios raciales. Realizaba un experimento con sus pupilos de edades entre 6 y 7 años. En aquellos tiempos, no sé si hoy continua esta tradición, había una semana que se llamaba la “semana de la hermandad”. Esta semana consistía en que debía tratar al resto de personas como si fueran sus hermanos.
Jane Elliot preguntaba al inicio de la clase los niños si pensaban que en su país se trataba así a todas las personas. Rápidamente los niños dijeron que no. Ellos pensaban que a los que tenían la piel de otro color, como los negros, indios o asiáticos se les trataba de forma diferente porque no tenían nada y porque no eran de fiar, simplemente por su color de piel.
Bien, el experimento consistía en que ella defendía que las personas con los ojos azules eran más inteligentes y mejores que aquellos que tenía los ojos marrones. Por ellos, dividió la clase en dos y los niños que tenían los ojos marrones fueron señalados con unos collarines para diferenciarlos en la distancia.
Los niños que tenían los ojos azules consiguieron automáticamente una serie de privilegios frente a los otros, por el simple hecho del color de sus ojos. Tendría más tiempo de recreo, podía beber en la fuente directamente sin usar vasos, podría jugar con los juguetes del patio o por ejemplo tener preferencia a la hora de hacer cualquier cosa durante el tiempo que estuvieran en el colegio.
Pues bien, en muy poco tiempo, cuestión de horas, los niños de ojos azules empezaron a tratar despreciativamente a los que tenían los ojos marrones. Los de los ojos marrones se aislaban en grupos y no entendía porque ellos estaban en ese estado. Más aún, el rendimiento de los chicos y chicas con ojos marrones se vio rápidamente afectado, repito, en cuestión de horas.
Unos tomaron un papel dominante y los otros un papel sumiso y dominado. Al día siguiente Jane les preguntó a los chicos de ojos marrones cómo se sentían. Podéis imaginar sus comentarios. De repente, la profesora hizo notar que uno de los chicos con ojos azules se había olvidad las gafas en casa. Entonces, la profesora, dedujo que quizás los de ojos azules no eran tal listos y superiores como ella afirmó el día anterior ya que todos los niños de que portaban gafas no las habían olvidado.
Resumió Jane que quizás estaba equivocada y que por ellos los que debía llevar los collarines eran los que tenían ojos azules ya que parecía que los de ojos marrones eran en realidad más listos y por tanto superiores.
Automáticamente el nuevo grupo a la vanguardia repitió las pautas que la clase dominante del día anterior hizo. Los resultados en las pruebas académicas que hicieron ese día también reflejaron ese cambio de estatus.
Al tercer día, Jane hizo que se quitaran los collarines y preguntó a todos ellos si consideraban que el hecho de tener los ojos de un color o de otro debía de influir en los privilegios de un determinado grupo. Todos respondieron que no y expresaron la frustración e impotencia padecida durante el experimento.
En una entrevista muy posterior, en los 80, ella dijo al entrevistador que su padre desde que era pequeña le insistía en que no se puede juzgar a otra persona sin haber caminado con sus zapatos.
Aun así, hoy en día, seguimos con esa clasificación y diferenciación. El miedo al diferente, a lo desconocido a veces, saca nuestro lado reptiliano.
Volviendo a Goleman, hoy en la radio, un señor muy listo y estudiado, hablaba de la necesidad de introducir y enlazar en nuestro sistema de educativo, el factor emocional. Este señor defendía que las reacciones emocionales eran en realidad la que nos había mantenido como especia exitosa durante miles de años. Una rápida reacción a un cambio de luz, un movimiento externo inesperado, un cambio súbito en la temperatura hacía que se reaccionar instintivamente y que no se callera en la boca de nuestros depredadores.
En su defensa, explicaba que el hombre pensante y racional llevaba en este planeta relativamente poco tiempo, unos 15-20 años, una minucia en comparación con el proceso completo de la evolución.
Sin embargo, sabemos que la humanidad ha tenido una explosión en su progreso desde que el hombre toma conciencia de si mismo y empieza a actuar de una forma racional, planeada y meditada. Desde la revolución neolítica, hasta el mundo griego, desde la ilustración hasta el pensamiento científico terminando en el mundo hiper tecnológico en el que vivimos hoy.
La pregunta que me hago, después de todo lo dicho, es, ¿Cómo se puede lidiar con nuestro yo racional y meditado en contraste con nuestro yo básico que sigue impulsos pretéritos?
¿Es uno mejor que otro? ¿Es necesario un correcto equilibrio entre ambos? El comportamiento básico y emocional me realizar acciones que sabemos que no son correctas a poco que se mediten un poco, el segundo no puede vivir sin el primero porque anularía de alguna forma la esencia de lo que somos en el fondo, humanos, con sus defectos y virtudes.
¿Tú qué opinas?