Tirando del hilo se saca el ovillo
Cambio de tercio, aunque dentro de la misma lidia.
Alguien dijo en su día que “El fanático no es realmente aquel que se identifica con extremo rigor a los principios. No abraza una causa primordialmente por su justicia o santidad, sino por la desesperada necesidad que tiene de aferrarse a algo.”
El fanatismo es tan viejo como la humanidad, es un componente presente en la naturaleza humana. Está presente en nuestro entorno y tal vez dentro de nosotros mismos. Brota cuando adoptamos una postura de superioridad moral que impide cualquier razonamiento o dialogo. El culto a la personalidad, la idealización de líderes o ideas políticas, religiosas o de cualquier otro tipo, pueden constituir formas extendidas de fanatismo.
Pero además el fanático encuentra su esencia en el deseo de que los demás cambien y se adhieran, como él, a su idea. En cierta forma es un altruista, quiere salvarte, redimirte del pecado, del error, liberarte de tu fe o de tu carencia de fe. El fanático está más interesado en el otro que en sí mismo, por la razón de que tiene “un sí mismo” bastante exiguo o no lo tiene. Jamás sentirá culpa en tanto obedece a su ideal. No tendrá una comprensión ética de las normas generales y solo se guiará por su particular sentido moral. Necesita desmentir, e incluso destruir, la realidad que atente contra su sistema de ideas, no convive pacíficamente con otras formas de pensamiento, las considera falsas o idólatras, e impone su erradicación, si es necesario por la fuerza como un deber piadoso.
A pensar, que es cosa muy sana.