Tirando del hilo se saca el ovillo
Estos días he estado releyendo a Garcia Morente, “lecciones preliminares de filosofía”, y, a mi juicio muy acertadamente, cuando trata de adentrarse en los interrogantes que plantea la ontología, hace unas reflexiones sobre el estado de ánimo que hay que tener para enfrentarse a los mismos. Yo, me atrevo a generalizar esos estados de ánimo a cualquier reflexión que se haga. Y lo pongo en relación con el tema de las ideologías.
Señala que la filosofía no apetece tanto por las soluciones, que no las da, como por el dulce placer del camino. La filosofía, la reflexión, lo que debe provocar es agudizar la percepción, la intuición del que reflexiona o filosofa. Y para provocar eso, dos requisitos son necesarios, la ingenuidad y el rigor.
La ingenuidad que viene a ser como estar desprovisto de prejuicios, dejar a un lado todo lo que hemos aprendido en los libros, que no nos condicionen las teorías, conceptos o ideologías que hayamos podido meter en nuestras alforjas.
Esta ingenuidad no debe excluir la otra disposición de ánimo, el rigor. Si queremos llegar a buen puerto, nuestras reflexiones deben ser lo mas exactas posibles, no quedarnos en las ramas, ir a las raíces del problema plantado como si de matemáticas se tratara.
Para entrar en Masonería se exige al profano que sea “hombre libre y de buenas costumbres”, pues ese “libre” es el continente de estas dos disposiciones de ánimo que hay que tener.
Y a estas dos condiciones añade una tercera, la paciencia. Virtud que debe estar presente en todas y cada una de las actividades. Cada día tiene su afán, y en esta actividad de la reflexión, no conviene adelantar etapas, precipitarse. En el camino hay que contentarse con la etapa de cada día, no vale correr, pasito a pasito, sin anticipar soluciones ni problemas, dejar que el paisaje se abra por sí solo.
¿Quién dijo miedo? A pensar que es cosa muy sana